domingo, 8 de noviembre de 2009

Crónicas de New Jersey


!God Bless América!
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Para quienes hemos emigrado a Estados Unidos no deja de asombrarnos y despertar nuestra mayor simpatía el efervescente entusiasmo que muestran los norteamericanos por expresar de manera incesante el elevado orgullo y la devoción que sienten por su país.

Donde quiera que caminemos o nos encontremos, sea un día de trabajo o un weekend, veremos pasar raudamente a todo vehículo, chico, grande, moderno o viejo, ondeando alegremente en la parte derecha de la antena la vistosa bandera norteamericana. Las viviendas la lucen igualmente en la parte mejor ubicada del frontis, en las ventanas o en los muros o en el buzón del correo postal, y no hay calle por donde uno transite en que no se tope con este efervescente culto del pueblo estadounidense con su pabellón nacional.

Hasta los forjadores de la contracultura, los rebeldes pelucones y barbados, con sus gafas oscuras y espectaculares tatuajes y piercings, recorren las pistas en sus aparatosas motocicletas mostrando la bandera norteamericana formidablemente pintada en sus cascos o detrás de sus casacas de cuero, o formando un paño para cubrirse la frente con ella. El legendario film de fines de los 60, Easy Rider, lo ilustra alegóricamente.

Me he quedado sorprendido viendo a obreros realizar faenas verdaderamente incómodas y riesgozas, socavando las pistas, cambiando los tejados o colgados de los empinados rascacielos de Nueva York, arreglándoselas para llevar una bandera pequeña colocada sobre la parte más segura del casco.

Pero nada emociona más, al recorrer los diversos towns de Nueva Jersey, divisar en las solitarias praderas de los cementerios, una banderita norteamericana enhiesta lealmente sobre la última morada de cada estadounidense.

La bandera de las siete barras rojas, fondo blanco y un recuadro azul donde brillan cincuenta estrellas blancas, la bandera entregada a George Washington por la joven costurera Betsy Griscom Rose, nunca deja de estar enarbolada por los hijos de esta gran nación. Desde la cuna hasta la tumba.

Y, junto a la bandera, o, mejor, al centro de la misma, los norteamericanos acostumbran a escribir una sagrada oración:

" God Bless América"

!Admirable invocación a Dios por preservar la grandeza de este país!.

En la reciente historia de EE. UU., Setiembre 11- 2001 está registrado como la fecha más aciaga de sus páginas a causa del espantoso desastre sufrido en World Trade Center. Irónicamente, el intenso dolor y la ira, la mezcla de ambos sentimientos vividos por el pueblo norteamericano, supieron reactivar aquel día ese amor sagrado que siempre estuvo latente por su patria.

La conmovedora imagen de los tres bomberos de la brigada de Brooklyn izando el pabellón en medio de la desgracia, se ha transformado en un símbolo del triunfo moral del pueblo estadounidense sobre la adversidad, el miedo y la desesperanza. La escena fue captada por las cámaras del fotógrafo Thomas E. Franklin, del periódico The Record Of Hoe Hackensack de Nueva Jersey, una foto que recorrió el mundo entero, y que, a semejanza de aquella legendaria captada por Rosental sobre la cima del monte Suribachi, en Iwo Jima, se ha convertido también en un ícono.

He visto que el fabuloso Museo de Madame Tussaund de Nueva York tiene ya su versión.

EE. UU., la cuna del capitalismo mundial, el vendedor de ilusiones y amo de las finanzas, el exportador de maquinarias, modas y películas, el Tio Sam, es, antes que nada, un pueblo profundamente religioso e inmensamente patriótico como ninguno en el planeta.

Es esa fuerza moral el verdadero motor de la admirable grandeza sin par que impulsa a esta nación a avanzar siempre hacia adelante, sin tener nunca nada que temer, excepto el temor.

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