martes, 28 de febrero de 2012




Condena al Juez Baltasar Garzón:
España, !aparta de mí este Cáliz!


!Estupor... indignación... verguenza!. Baltasar Garzón, el Juez español que, desafiando las reglas de juego de la conveniencia y la impunidad más execrable, tuvo las agallas de sentar en el banquillo de los acusados a los grandes artífices del crimen organizado, a los tiranos y dictadores omnipotentes, ha sido sentenciado a 11 años de inhabilitación por la justicia española.

Inhabilitado por atreverse a buscar la verdad extrayéndola desde los oscuros archivos del temor, la verguenza y el encubrimiento para ventilarla a la luz de la conciencia española del Siglo XXI .

Inhabilitado por buscar la verdad con infatigable perseverancia a fin de devolverle memoria y dignidad a esta España de la postguerra civil.

Que persiga y condene los crímenes y torturas de dictadorzuelos y déspotas latinoamericanos, y ordene la captura de los Pinochet, Videla, Galtieri, !estaba bien!.

Que saque a luz a los tenebrosos personajes del Plan Cóndor, y se esclarezcan sus miles
de desaparecidos, !muy justo!.

Que persiga implacable y desactive el terrorismo incendiario de ETA y a los fundamentalistas de Al Qaeda , !qué héroe!.

Y hasta investigue las operaciones intervencionistas digitadas por Mr. Kissinger, !vale el Juez Garzón!.

Pero traer la justicia a casa investigando los crímenes del franquismo, rastreando el lugar donde fueron enterrados sus millares de desaparecidos, eso es traspasar la línea fronteriza de la tranquilidad y la impunidad que aseguran las leyes de la amnesia y el olvido, !eso no!, !eso es prevaricar, abuso y arbitrariedad de juez!.

!Ay!, juez hidalgo, de batalla
sin cuartel, empeñarte en desmantelar un mundo sórdido y preñado de corrupción, arremetiendo tu lanzón contra gigantes de mafias y crímenes excecrables, !te ibas a estrellar contra los molinos de viento del poder!.

Tu condena duele mucho, !ay!, pues, cual espada filuda, ha cortado en dos a España y hiere hondo y desangra al mundo libre.

Ya librados del espantoso fantasma de la toga incorruptible de Baltasar Garzón, esta España queda asida de las garras abyectas del neofranquismo.

Mas, Baltasar Garzón será defenestrado, inhabilitado y, con furia inaudita, arrancarán en mil jirones su toga pulcra inhabilitándolo, !pero no podrán arrancarla!, pues es una toga que se lleva en el alma, y ella está invívita y vibra en el alma de libertad, coraje y dignidad de esta tierra de Cervantes y El Quijote.

!Miserables, estáis advertido!, el sistema judicial corrupto de España ya ha sido desmontado.

!Pequeños juecesitos de toga de cuerda y cartón, habéis cumplido a la perfección vuestra cómica función de marionetas del poder!.

Ya tenéis la quincena segurada, mas a Garzón le habéis asegurado la historia y una etapa de Gloria y esplendor.


Como en el heroico miliciano de los versos sufrientes y telúricos de Vallejo, os auguro:

¡Entrelazándose hablarán los mudos,
los tullidos andarán!
¡Verán, ya de regreso, los ciegos
y palpitando escucharán los sordos!
¡Sabrán los ignorantes, ignorarán los sabios!
¡Serán dados los besos que no pudisteis dar!
¡Sólo la muerte morirá!

Nueva Jersey, febrero, 2012.

Luis Alberto Castillo.

miércoles, 8 de febrero de 2012


Víctor Raúl

La primera vez que ví a Víctor Raúl fue en olor a multitud, cómodamente trepado sobre los hombros de mi padre, al centro de un impresionante mítin convocado por el pueblo de Chimbote por el Dia de la Fraternidad.

Yo tenía apenas nueve años y, distante como me encontraba, sólo podía divisar en lo alto de una gigantesca tribuna la robusta figura del "Jefe" que se movía inquieto de un extremo a otro agitando eufóricamente las manos, dirigiéndose con encendido esmero a una legión de jóvenes, que, desbordando entusiasmo, no cesaba de corear su nombre, "!Víctor Raúl... Víctor Raúl... Víctor Raúl!".

No recuerdo lo que decía, y seguro que tampoco entendía nada, pero con seguridad se trataba de algo noble y hermoso, pues así lo sentía. Con el tiempo entendería que el aprismo era, no solamente una elevada convicción del intelecto, sino un profundo sentimiento que se labra en el corazón, un inexplicable e inefable asunto de fe.

La muchedumbre aplaudía intensamente de emoción interrumpiendo a intervalos el vibrante discurso de Víctor Raúl, para luego agitar al unísono sus pañuelos blancos.

Como mi padre no podía aplaudir por tenerme cargado, recuerdo que me alcanzaba su pañuelo blanco para que fuese yo quien lo agitase, sumándome así al bullicioso coro gritando igualmente, a todo pulmón y pletórico de alegría, "!Víctor Raúl... Víctor Raúl... Víctor Raúl!".

Lo más hermoso estaba reservado al final, la espectacular quema de impresionantes castillos de vistosos fuegos artificiales que tenían el efecto mágico de iluminar la noche como si fuese de dia, llamándome mucho la atención la melodía muy bonita que salía de dentro y que mi padre me ilustraría se trataba de la marsellesa aprista.

Como si eso hubiese sido poco, y cuando ya el castillo más grande se había apagado casi por completo, todo el mundo se arremolinaba entusiasta como si esperaba algo más sensacional todavía. Entonces, precedido de un estruendoso silbido, de la cúspide del castillo salía fuertemente disparada hacia arriba una
preciosa estrella que terminaba estallando dejando esparcida por todo lo ancho del cielo azul unas maravillosas luces de múltiples y fascinantes colores.

Pasarían muchos años para que yo volviese a encontrame con Víctor Raúl, esta vez ya adolescente y viviendo en Lima.

Recuerdo bien, fue una noche muy alegre y hermosa del 22 de febrero de 1976, integrando entusiasta un grueso bastión partidario del sector de Magdalena del Mar, en un efervescente desfile por el Día de la Fraternidad en la avenida Alfonso Ugarte.

Víctor Raúl se encontraba en lo alto de la tribuna, acompañado por una numerosa dirigencia, entre los que destacaban líderes de leyenda como Luis Alberto Sánchez, Ramiro Prialé, Armando Villanueva del Campo, Andrés Towsend, todos agitandos sus pañuelos blancos saludando a la numerosa e interminable presencia de grupos de sectores, asociaciones, comandos juveniles, que desfilaban llenos de entusiasmo levantando la mano izquierda con la palma volteada en alegórica señal de lealtad al Jefe del aprismo.

Aquella noche sí pude entender a plenitud el bello discurso de Víctor Raúl, !una comunicación de dimensiones cósmicas!. Y es que cuando se dirigía a la juventud -y esa noche lo hizo enteramente-, la oratoria de Víctor Raúl se elevaba a un género sagrado.

Víctor Raúl se emocionaba y nos emocionaba, exaltando en nosotros el valor del ideal, exhortándonos con infinita ternura al servicio devoto a la causa común de la justicia social. Y en un país todavía postrado por niveles dramáticos del analfabetismo, nos instaba a estudiar y a leer, recordando que, antes que Partido, el Aprismo fue Escuela: "Si sabes, enseña, si no sabes, aprende".

Recordaba que Grecia realizó obras grandes porque tuvo, de la juventud, la alegria, que es el ambiente de la acción, y el entusiasmo, que es la palanca omnipotente del progreso y la superación.

!Los jóvenes enmudecíamos de emoción!. En él, la palabra era la más suave y persuasiva unción que de ella se haya conocido jamás.

Como el viejo Renán, para Víctor Raúl la juventud significaba asistir al descubrimiento de un horizonte inmenso que es la vida.

Víctor Raúl amaba a la juventud, lo ensalzaba en grado sumo, pues la juventud, afirmaba con énfasis, es calor, ideal, sueño, es luz, es el encanto de una nación, el dulce de la vida misma.

Por eso no dejaba pasar oportunidad para aconsejar a los jóvenes a saber conservar sus energías, a no derrocharla en noches de ocio y francachela, a disciplinarse y no dejarse ganar por la sensualidad.

No había capital más valioso para un pueblo que la grandeza del potencial de su juventud.

De la palabra de Víctor Raúl, descubríamos el encanto de nuestra vida, pues lograba despertar en nosotros la conciencia para vivirla con dignidad. La fuerza del corazón, decía, debe probarse aceptando los retos formidables que imponen los sueños para luego acariciar con deleite la grandeza de su cristalización.

Los encuentros posteriores con Víctor Raúl, serían de mayor acercamiento personal, en el calor íntimo de su hogar, en su residencia de Villa Mercedes, adonde, en tropel de veinte o treinta jóvenes, acudíamos felices y bulliciosos todos los domingos.

Víctor Raúl era un predicador innato, pues en la agitación de las multitudianrias concentraciones públicas, o en la serenidad de su hogar, su tribuna era siempre única, la simple continuidad de un mismo género de comunicación con la juventud: lo moral, lo ético y cultural.

Como en el "Ariel" de Rodó, estaba consciente que el espíritu de la juventud es un terreno generoso donde la simiente de una palabra oportuna suele rendir, en corto tiempo, los frutos de una inmortal vegetación.

Planteaba que existe una superioridad por la cual los jóvenes deben aspirar, y es la que se llega a través del intelecto, despreciando aquella sustentada en la vulgaridad y la chabacanería, carente de valores.

Víctor Raúl decía que, apesar de la edad, seguimos siendo jóvenes, porque pensamos como los jóvenes, y porque la vejez comienza cuando los hombres no entienden a la juventud.

Creo que el legado más valioso de Víctor Raúl debemos buscarlo en lo que hay de trascendente y perenne en su pensamiento: su preocupación por el cuidado de la juventud, la reserva moral indispensable para el porvenir venturoso y grande de la Patria. Así honramos con lealtad y dignamente su excelsa e invencible figura.

!Víctor Raúl, siempre contigo!

Nueva Jersey, "Día de la Fraternidad", 2012.

Luis Alberto Castillo.

.






EDITH LAGOS

Cuando en 1979 iniciaba mi carrera de derecho en la UPSMP, conocí, entre tantos buenos amigos, a una muy joven estudiante,  pequeña, menudita de carnes, de un rostro blanco acentuadamente andino, donde resplandecían, como el fulgor intenso de dos diamantes, unos preciosos ojos verdes, ligeramente achinaditos, con una larga y revuelta cabellera castaña que, desafiante, dejaba caer por encima de los hombros.
Siempre me dije, si a tan natural belleza le hubiese acompasado un carácter dócil y trato afable y, aunque fugazmente, en el rostro resplandecido una dulce sonrisa, hoy diría que aquella era una adolescente bella y encantadora.
Mas, no tardaría en entender que lo trascendente y valioso que había de aquilatar en mi compañerita, no pasaba por el look chick ni la indumentaria exquisita y frivolona que hubiese podio exhibir, y que en ella tenían cero valor.

Edith Lagos tenía un espíritu vehemente e inflamado, que le imprimían una personalidad áspera, dura y un carácter indomable, y que a ella no le preocupaba en lo mínimo disimular ante los demás.


Pero era la enorme sensibilidad que la identificaban por los álgidos problemas que afectaban a la gente pobre,  expresado, principalmente, en la selección de los trabajos de investigación y en sus exposiciones orales para las clases, lo que mostraban la verdadera dimensión y la hermosa faceta del gran ser humano que gravitaba en ella.

Dura en la nuez, tierna en la carne.

Había llegado de Ayacucho, su ciudad natal, con el compromiso de cristalizar el sueño de sus padres: hacerse abogada. Sin embargo, muy temprano vislumbraría que era otro el mundo que ella anhelaba construir para sus desposeidos de la tierra.

En la universidad llegamos a entrecruzar explosivos enfrentamientos ideológicos: ella, defendiendo con el fuego más graneado de su verbo ácido las cinco tesis del pensamiento de Mao Tsé Tung; yo, afirmando la vigencia redentora del Antiimperialismo y el Apra de Víctor Raúl.

Sin embargo, logramos tender un puente aligerado de fraternal entendimiento, quedando grabado en mi memoria, como uno de los mejores tesoros guardados, el recuerdo sensible de una tarde de diciembre de aquel 1979.

En un arranque de desbordante pasión, Edith me confesó admirar profundamente a Mao, su lucha, la gesta heroica de la revolución china, respetando con sinceridad mi propia admiración por Víctor Raúl.

Me confió su vena artística, escribía poemas: "compañero, a usted le gustan los poemas de Vallejo, yo tengo mi propia siembra, no se me vaya a burlar".

Entonces me leyó esta nota:
"Hierva silvestre, aroma puro
te ruego acompañarme en mi camino.
Serás mi bálsamo en mi tragedia,
serás mi aliento en mi gloria.
Serás mi amiga cuando crezcas sobre mi tumba.
Allí: que la montaña me cobije que el río me conteste la pampa arda, el remolino vuelva, el camino descanse ¿y la piedra? [...].
La piedra lápida eterna será en ella grabado, ¡todo quedará!"


!Se emocionó, y me hizo emocionar!,. Nada endulza tanto el mundo como cuando dos almas entran en perfecta sinfonía alrededor de lo puro y más noble de la vida.

Edith Lagos era una chiquilla noble de alma hermosa, abrigaba grandes ideales por la vida, los compañeros de mi promoción que la conocimos de cerca, esperábamos de ella un porvenir venturoso, con seguridad la mejor abogada en su Huamanga querida.

Pero no sé cuándo, en qué momento, por qué razón, aparecería luego involucrada y al frente de uno de los grupos que tanto terror, dolor y sangre causó en el Perú, !Sendero Luminoso!

Lo demás, es historia conocida. Fue un tallo arrancado cruelmente en la primavera más florida de su vida, !cómo lo lamenté!

El 2004, por razones de mi profesión, estuve yendo a litigar a la Corte Superior de Ayacucho. Entonces, por mediación de una amistad común, visité a la familia Lagos, especialmente a la hermana mayor de Edith, directora muy respetada de un prestigioso colegio de la ciudad. Y hablamos e todo esto, !era la Edith estudiante que ella nunca conoció!

Antes de retornar a Lima, visité el cementerio de la ciudad, ! me impactó fuertemente ver su tumba de piedra rústica y ya envuelta en leyenda!; oré al cielo por su alma: "!Adios compañerita, descansa en paz!", y le dejé, como solitaria y leal compañera, como bálsamo de su tragedia, su flor de retama.

Yo viví el terrorismo, y éste es mi testimonio, !lo juro por Dios!.

Nueva Jersey, febrero 2012.

Luis Alberto Castillo.