miércoles, 8 de febrero de 2012


Víctor Raúl

La primera vez que ví a Víctor Raúl fue en olor a multitud, cómodamente trepado sobre los hombros de mi padre, al centro de un impresionante mítin convocado por el pueblo de Chimbote por el Dia de la Fraternidad.

Yo tenía apenas nueve años y, distante como me encontraba, sólo podía divisar en lo alto de una gigantesca tribuna la robusta figura del "Jefe" que se movía inquieto de un extremo a otro agitando eufóricamente las manos, dirigiéndose con encendido esmero a una legión de jóvenes, que, desbordando entusiasmo, no cesaba de corear su nombre, "!Víctor Raúl... Víctor Raúl... Víctor Raúl!".

No recuerdo lo que decía, y seguro que tampoco entendía nada, pero con seguridad se trataba de algo noble y hermoso, pues así lo sentía. Con el tiempo entendería que el aprismo era, no solamente una elevada convicción del intelecto, sino un profundo sentimiento que se labra en el corazón, un inexplicable e inefable asunto de fe.

La muchedumbre aplaudía intensamente de emoción interrumpiendo a intervalos el vibrante discurso de Víctor Raúl, para luego agitar al unísono sus pañuelos blancos.

Como mi padre no podía aplaudir por tenerme cargado, recuerdo que me alcanzaba su pañuelo blanco para que fuese yo quien lo agitase, sumándome así al bullicioso coro gritando igualmente, a todo pulmón y pletórico de alegría, "!Víctor Raúl... Víctor Raúl... Víctor Raúl!".

Lo más hermoso estaba reservado al final, la espectacular quema de impresionantes castillos de vistosos fuegos artificiales que tenían el efecto mágico de iluminar la noche como si fuese de dia, llamándome mucho la atención la melodía muy bonita que salía de dentro y que mi padre me ilustraría se trataba de la marsellesa aprista.

Como si eso hubiese sido poco, y cuando ya el castillo más grande se había apagado casi por completo, todo el mundo se arremolinaba entusiasta como si esperaba algo más sensacional todavía. Entonces, precedido de un estruendoso silbido, de la cúspide del castillo salía fuertemente disparada hacia arriba una
preciosa estrella que terminaba estallando dejando esparcida por todo lo ancho del cielo azul unas maravillosas luces de múltiples y fascinantes colores.

Pasarían muchos años para que yo volviese a encontrame con Víctor Raúl, esta vez ya adolescente y viviendo en Lima.

Recuerdo bien, fue una noche muy alegre y hermosa del 22 de febrero de 1976, integrando entusiasta un grueso bastión partidario del sector de Magdalena del Mar, en un efervescente desfile por el Día de la Fraternidad en la avenida Alfonso Ugarte.

Víctor Raúl se encontraba en lo alto de la tribuna, acompañado por una numerosa dirigencia, entre los que destacaban líderes de leyenda como Luis Alberto Sánchez, Ramiro Prialé, Armando Villanueva del Campo, Andrés Towsend, todos agitandos sus pañuelos blancos saludando a la numerosa e interminable presencia de grupos de sectores, asociaciones, comandos juveniles, que desfilaban llenos de entusiasmo levantando la mano izquierda con la palma volteada en alegórica señal de lealtad al Jefe del aprismo.

Aquella noche sí pude entender a plenitud el bello discurso de Víctor Raúl, !una comunicación de dimensiones cósmicas!. Y es que cuando se dirigía a la juventud -y esa noche lo hizo enteramente-, la oratoria de Víctor Raúl se elevaba a un género sagrado.

Víctor Raúl se emocionaba y nos emocionaba, exaltando en nosotros el valor del ideal, exhortándonos con infinita ternura al servicio devoto a la causa común de la justicia social. Y en un país todavía postrado por niveles dramáticos del analfabetismo, nos instaba a estudiar y a leer, recordando que, antes que Partido, el Aprismo fue Escuela: "Si sabes, enseña, si no sabes, aprende".

Recordaba que Grecia realizó obras grandes porque tuvo, de la juventud, la alegria, que es el ambiente de la acción, y el entusiasmo, que es la palanca omnipotente del progreso y la superación.

!Los jóvenes enmudecíamos de emoción!. En él, la palabra era la más suave y persuasiva unción que de ella se haya conocido jamás.

Como el viejo Renán, para Víctor Raúl la juventud significaba asistir al descubrimiento de un horizonte inmenso que es la vida.

Víctor Raúl amaba a la juventud, lo ensalzaba en grado sumo, pues la juventud, afirmaba con énfasis, es calor, ideal, sueño, es luz, es el encanto de una nación, el dulce de la vida misma.

Por eso no dejaba pasar oportunidad para aconsejar a los jóvenes a saber conservar sus energías, a no derrocharla en noches de ocio y francachela, a disciplinarse y no dejarse ganar por la sensualidad.

No había capital más valioso para un pueblo que la grandeza del potencial de su juventud.

De la palabra de Víctor Raúl, descubríamos el encanto de nuestra vida, pues lograba despertar en nosotros la conciencia para vivirla con dignidad. La fuerza del corazón, decía, debe probarse aceptando los retos formidables que imponen los sueños para luego acariciar con deleite la grandeza de su cristalización.

Los encuentros posteriores con Víctor Raúl, serían de mayor acercamiento personal, en el calor íntimo de su hogar, en su residencia de Villa Mercedes, adonde, en tropel de veinte o treinta jóvenes, acudíamos felices y bulliciosos todos los domingos.

Víctor Raúl era un predicador innato, pues en la agitación de las multitudianrias concentraciones públicas, o en la serenidad de su hogar, su tribuna era siempre única, la simple continuidad de un mismo género de comunicación con la juventud: lo moral, lo ético y cultural.

Como en el "Ariel" de Rodó, estaba consciente que el espíritu de la juventud es un terreno generoso donde la simiente de una palabra oportuna suele rendir, en corto tiempo, los frutos de una inmortal vegetación.

Planteaba que existe una superioridad por la cual los jóvenes deben aspirar, y es la que se llega a través del intelecto, despreciando aquella sustentada en la vulgaridad y la chabacanería, carente de valores.

Víctor Raúl decía que, apesar de la edad, seguimos siendo jóvenes, porque pensamos como los jóvenes, y porque la vejez comienza cuando los hombres no entienden a la juventud.

Creo que el legado más valioso de Víctor Raúl debemos buscarlo en lo que hay de trascendente y perenne en su pensamiento: su preocupación por el cuidado de la juventud, la reserva moral indispensable para el porvenir venturoso y grande de la Patria. Así honramos con lealtad y dignamente su excelsa e invencible figura.

!Víctor Raúl, siempre contigo!

Nueva Jersey, "Día de la Fraternidad", 2012.

Luis Alberto Castillo.

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