jueves, 5 de enero de 2012

Crónicas de Nueva York


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La Ciudad que nunca duerme


Vivir en New Jersey es un regalo del cielo: es vivir cerca y tener al alcance de la mano el lugar más grandioso, fabuloso y de mayor esplendor que el hombre haya construido jamás en el mundo !New York!.

Conocí por primera vez New York aquel inolvidable marzo del 2004, dos semanas después de haber dejado mi titánica y estresante función pública como asesor legal del Gobierno deToledo (2001-2004).

Charo había preparado el viaje con primorosa antelación y desbordante entusiasmo. Si bien ella había viajado por lo menos unas cuatro veces a la ciudad de los rascacielos, incluso, cuando niña, vivió en este país, se moría de ganas porque ambos la recorriésemos juntos.

Cuando de las cabinas del Jumbo Jet 747 de Lan Chile la voz del capitán anunciaba ajustarse bien los cinturones porque el avión volaba el cielo de New York, una inefable emoción me subió al corazón, la respiración me falataba, y, sin hacer el menor caso a las advertencias y recomendaciones de las lindas azafatas, directo fuí a pegarme como loco a las diminutas ventanillas de la nave en el afán de divisar la legendaria Estatua de la Libertad alzándome la mano en señal de bienvenida. Mi inquietud, sin embargo, fue inmediatamente apagada por una rubicunda y preciosa flyhostess:

- Oh....sir, sorry... the liberty of statue you can't see here; it's in the south of the island

A la estatua de la libertad recién la llegaríamos a ver con Charo en el curso de esa semana, en electrizante y mágico viaje por ferri alrededor de la misma Isla de la Libertad, navegando el Río Hudson.

Mi primer contacto con New York no pudo darse de la manera más espectacular:
entrando a velocidad de rayo por la boca del Lincoln Tunnel en el descapotable BMW rojo de Ana María Rosen, mi querida prima, y, de porrazo, tener ante mis ojos esos empinados, gigantecos y bellos monstruos de fierro y vidrio !los rascacielos! !Qué deslumbramiento!.

Aquellos fueron días muy agitados y llenos de entusiasmo, de largas e inagotables caminatas por tantos lugares y zonas que uno tiene que ver y visitar a lo largo del alto y bajo Manhattana, de este a oeste: los épicos cañones y monumentos en Battery Park; el frenético movimiento de business en esa estrecha y legendaria callecita que es el Wall Street; probar riquísimas pastas y degustar !mmm...qué deliciosos vinos!, mejor que el preparado por Ulisses para Polifemo, en Little Italy (la pequeña italia); compras de souvernirs en Chinatown; bailes hasta el amanecer en el mítico y frenético Copacabana;
noches de esplendor, arte y lentejuelas en Broadway; paseos por el descomunal y pintoresco Central Park; tragos de ensueño escuchando la mejor música de rock de los 60's y 70's en !Hard Rock!; cenas exóticas en el Mahatma Gandhi, un lugar fuera de este mundo en el barrio indú; un recorrido en vehículo por Harlem, la comunidad cultural afro-americana más importante y grande de NY; vistas de vértigo de toda la gran manzana desde la cumbre del Empire Satate; en fin, fotos a la gigantesca armazón de huesos jurássicos en el Museo Natural, o, posando para la posteridad abrazado del famoso autoretrato de Van Goh en el Museo Metropolitan; sonriendo a la cámara teniendo como telón de fondo los descomunales puentes de fierro de Brooklin, etc.!

Aquellas fueron las vacaciones más hermosas que el mejor de los sueños ! Y la segunda luna de miel que tanto había yo postergado con Charo.

Sin embargo, a Charo y a mí nos quedó la sensación de que ningún tiempo del mundo iba a ser suficiente para acabar de ver toda New York. Menos con sólo un mes de vacaciones.

Ignoraba que por un extraño designio en mi vida, un año después volvería a ver New York, ya no por un mes de vacaciones, a vuelo de turista, sino por mucho tiempo, al llegar de la mano con mi familia al vecino estado de New Jersey,
esta vez para establecer una nueva vida en este gran país.

Hoy, no hay ningún weekend que dejemos escapar para salir temprano al Path Train de Harrison, el town donde vivimos, y a los veinte minutos estar llegando a New York y continuar recorriéndola y no acabar de deslumbrarnos con cada tesoro y joya que este fabulosa isla guarda y sabe mostrar, generosa y maravillosamente, a los ojos del buen turista.

Nueva York, Barnes & Noble, primavera del 2008.

Luis Alberto Castillo.

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