miércoles, 10 de febrero de 2010

Cine


La Teta Asustada


*Título: La Teta Asustada
*País: Perú.
*Temática: Drama (violencia SL)
*Idiomas: Español y Quechua
*Año: 2009
*Directora: Claudia Llosa.
*Reparto: Magaly Solier, Susi Sánchez, Marino Ballón, Efraín Solís, Karla Heredia, Fernando Caycho
*Música: Selma Mutal: La sirena; Los Destellos: Elsa, Caminito Serrano, La muerte del preso
*Méritos: El Oso de Oro (Alemania), Crítica FIPRESCI (España),
Nominación al Oscar

"Pueblo que ignora su historia,

está condenado a repertirla"

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La Teta Asustada, la película dirigida por la joven directora Claudia Llosa, reciente ganadora al premio El Oso de Oro en el Festival de Berlin, acaba de ser nominada al Oscar en la categoría a mejor película extranjera. Una verdadera hazaña para el Cine peruano, y que ha sido recibida en todo el Perú bajo una atmósfera de efervescente alegría y eufórico sabor a gloria nacional. Una hazaña que, a no dudarlo, marcará un hito en su historia filmográfica: un antes y un después de esta película.
La Teta Asustada es el nombre que en algunos pueblos de la sierra peruana se conoce a una extraña enfermedad que, a través de la lactancia, les transmiten a sus hijos las mujeres que fueron víctimas de vejámenes durante los cruentos años de violencia vividos bajo el terrorismo. Es el caso de Fausta (Magaly Solier), una joven humilde que, no obstante haber quedado atrás los lejanos días de la guerra interna, continúa arrastrando una vida trémula de sobresaltos, presa de temores y de un inconfesable miedo hacia los hombres. Su madre fue violada en su tierra natal Ayacucho en aquella época de abuso, espanto y violencia.

En realidad, este tipo de creencias y supersticiones no es un hecho aislado de la cultura andina. En la apasionante novela de la escritora mejicana Laura Esquivel, Como agua para chocolate, inspiradora de la película del mismo nombre, la autora hilvana la trama recurriendo al tema de las tradiciones y supersticiones, como cuando narra que, a causa de la muerte de su esposo, a la madre de Tina (el personaje central) se le seca la leche materna. Tina, como Fausta en La teta asustada, se ve igualmente atrapada por las antiguas tradiciones de sus ancestros.

Y ello no debe llamar a extrañeza, pues la historia del Perú está formada sobre la base de un rico amasijo de leyendas, mitos, magia, creencias, donde lo fabuloso, lo increible y sobrenatural han estado presente desde los días iniciales de su fundación: Ayar Manco y Mama Ocllo, tras salir de las espumas del Lago Titi-Caca, señalan el Cuzco como centro e inicio del gran imperio que deciden formar por haberse hundido en dicho lugar el bastón de oro entregado por Inti, su padre, el mismo dios Sol . Esa mística y esa religiosidad que impregnan la milenaria cultura incaika, no se deshizo con el duro golpe de la conquista española; se replegó en los andes y se ha mantenido viva y transferido a sus hijos de generación en generación, enriqueciéndose, mediante tradiciones y costumbres como las que rescata la película de Llosa.
Por eso es un acierto que la película haya sido rodada en Manchay, un barrio marginal de Lima, nido de miles de hogares inmigrantes en su mayoría bajados de los andes huyendo de la violencia terrorista. Una urbe emergente ubicada por la periferia de la capital adonde sus pobladores han procurado trasladar y recrear su mundo andino a través del bullicio pueblerino de los amigos, los que están y los que llegan, el jolgorio pintoresco en la boda masiva de los vecinos, las ofrendas de los potajes típicos, la música y los bailes alrededor del carnavalesco árbol cilulo, sus costumbres regionales.

Fausta vive con su madre en ese mundo. Mantiene arraigada las viejas tradiciones de sus ancestros, alimentadas en gran parte a través de los cánticos tristes del huayno, y en el idioma de la tierra nativa, el quechua. Al mismo tiempo, siente la imperiosa necesidad de irse liberando de gran parte de esas costumbres que, como una camisa de fuerza, asfixian cada vez peor su ser de joven mujer. Al fin y al cabo Fausta ya no vive tras las cordilleras de los andes, ya no pertenece a ese mundo de su madre muerta, sino en la capital y al contacto de la modernidad.

Es ahí donde hay que desentrañar el mensaje que trae esta película, muy bien tejida por Llosa con el más fino hilo de filigrana de su arte: la actitud de una joven (Fausta) que, en el silencio y la conmovedora tristeza de su formación cultural, lucha estoicamente por liberarse del intenso drama de las tradiciones y creencias que la oprimen cruelmente. Pues, qué otra cosa no puede sino representar el hecho de colocarse papas en la vagina como forma de prevenirse de eventuales ultrajes, y la intervención oportuna de la ciencia médica liberándola de la superstición.

Si bien la crítica internacional ha sabido entender la ambivalencia cultural en que se mueve la película -el Perú no es indio ni español, sino mestizo-, resulta indignante que sean los comentarios al interior del propio país los que hayan destilado contra Magaly Solier y la película de Claudia Llosa las notas burlescas más destempladas e injustas, dejando aflorar el inocultable orgullo herido de un sector social autoconsiderado blanco que no puede consentir que una actriz venida de las serranías resulte convocada a un galardón de la resonancia del Oscar. Una historia en verdad conocida. El Perú no ha olvidado que, apenas una década atrás, ese mismo sector lanzara las burlas más despiadadas en contra de un candidato a la presidencia de la República por el pecado de ser un hijo de los andes, un cholo ( que logró ser presidente), a quien endilgó el epíteto de "auquénido de Harvard" en el vano afán de opacar el esfuerzo de sus elevados créditos académicos.

La Teta Asustada es una hermosa y melodiosa película, de una ternura dramática acariciadora de principio a fin, que, a través de la recreación de ciertos mitos y creencias andinas, denuncia, sin ruido, aspavientos, énfasis, ni pretensiones, las graves secuelas de violencia que dejó el terrorismo: el de Sendero Luminoso y el proveniente del Estado. Claudia Llosa ha tenido la valentía de expresarlo para que, en un país desmemoriado como Perú, nunca lo olvidemos.

Pero -hoy lo vemos mejor- la valentía de Llosa también radica en el hecho de buscar a Fausta, no en las escuelas de arte capitalinas, ni en quienes gozan de estabilidad en los repartos de las obras producidas para la TV y el cine peruano, sino en las mismas serranías para ser encarnada por una heroína real, de carne y hueso, que lleve en su sangre el palpitar de ese Perú profundo que la película necesitaba transmitir.

Ahí radica el gran secreto del triunfo sin precedentes de la película. Ahí se explica la sorprendente naturalidad con que Magaly Solier representa a Fausta, como solamente una hija de los andes lo podría hacer.

El Perú entero esperará de pie la entrega de la máxima premiación a que es digna merecedora esta bella obra fílmica, que es nuestra porque es intensa y profundamente peruana. Un premio que redundará en memoria de esas miles de inocentes víctimas del terrorismo de ayer, y en honor de las del racismo de hoy y siempre.

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