martes, 1 de marzo de 2011

Política

Memorias de Gobierno
Mi Testimonio Personal

- Gobierno: Alejandro Toledo (2001-2006)
- Gestión Pública: Ministerio del Interior
- Designación: Septiembre 2002-Marzo 2004
- Ministros: Rospigliosi, Gino Costa, Sanabria, Rospigliosi
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. En diciembre del 2001 recibí la honrosa invitación para participar como funcionario público del Gobierno de Alejandro Toledo, enlace que se dió a través de una joven lidereza de Perú Posible, alumna mía, poseedora de un impresionante arraigo en las bases del Partido de Gobierno.

Como era de esperarse, la noticia fue recibida por mi familia con efervescente júbilo y sabor a fiesta nacional.

Y es que ningún buen peruano amante de la democracia podía olvidar que aquellos días en que el país se encontraba inflamado, transitando entre la más amarga desesperanza, la prensa había vendido su plana editorial al poder, el Congreso descendía a los niveles más groseros de censurable genuflexión como nunca antes lo había estado, el poder judicial tenía hipotecado su independencia y hasta las fuerzas armadas, en gesto despreciable que nunca olvidará la historia, había jurado completo sometimiento al dictador, emergió un auténtico líder del pueblo que, con la fuerza impresionante de su coraje e invencible rebeldía contra una tiranía corrupta que se había agazapado en el poder, supo movilizar, en jornadas verdaderamente épicas, a todos los pueblos y razas del Perú enarbolando las banderas de la unidad, la esperanza y la dignidad.

!Era un orgullo trabajar para el gobierno de Alejandro Toledo!

Se asumía una tarea de verdadera reconstrucción de la democracia, tras diez largos años en que el aparato estatal estuvo capturado por una de las mafias más oprobiosas de que tenga memoria la historia del Perú. Teníamos una labor árdua y sumamente difícil por delante. Pero, al mismo tiempo, nunca el reto se presentaba más bello y hermoso.

En esos términos inicié el vibrante discurso el día en que tomé posesión del cargo. Si hay un momento en que la vida lo ilumina a uno por completo, ese fue el mío.

Aquella maña fue de lo más hermosa en mi vida. Temprano estuve a pedir la bendición de mi madre. Luego Charo, tras haberme venido dando mil consejos en el auto, me dejó en la puerta misma del Ministerio del Interior.

Ingresé en impecable terno azul marino, con una pulcra camisa blanca que hacía resaltar mi corbata de seda igualmente azul, que el año anterior Charo me había traído de París. Desbordaba de entusiasmo y con las ganas inmensas de dar lo mejor de mí. No sé por qué, pero recordé un sermón de Víctor Raúl que me quedó grabado en el espíritu desde mis días juveniles: " Si quieres ser Grande, !prepárate a hacer cosas grandes!".

En mérito de Resolución Ministerial firmada por el Ministro Fernando Rospigliosi, fuí designado Director de la Oficina de Asesoria Legal de Gobierno Interior. El personal de la Oficina ya me esperaba espectante, sorprendiéndome con una cálida bienvenida.

Estaba conformado por tres simpáticas secretarias, Elvira, Gloria y Corina, una chica transferida de la Policia, dos asistentes, un tramitador y dos abogados, Erika Alvarez y Pulitti Romero.

La Oficina quedaba en el cuarto piso, y se distribuía en tres ambientes amplios y cómodos. Mi despacho estaba al fondo, y era grande, dominando el área legal. De primera impresión, transmitía un aire cálido y acogedor: un reluciente mobiliario de fina madera caoba rodeaba un atractivo sillón giratorio de cuero negro, unos anaqueles con lunas corredizas se arrinconaban en la pared, de punta a punta, donde se apiñaban una línea de libros, casi todos sobre administración pública, llamándome rápido la atención un grupo numeroso de vistosas ediciones de la revista "Gaceta Juridica", para la cual precisamente yo escribía. Un televisor "Sony" grande colgaba en lo alto de la pared, y en un mueble apropiadamente establecido, un equipo estereofónico de música.

Casi pegado al costado de mi sillón, una preciosa computadora y, sobre mi escritorio, dando el toque oficial, una banderita del Perú.

Tenía un exquisito baño privado. Rápido probé el espejo, era de los que saben regalar una buena figura.

En general, todo el ambiente de mi despacho era resaltado con esplendor por una gruesa alfombra granate. Dominaba la escena, estratégicamente ubicado en la pared y escoltándome por la espalda, un impresionante retrato a todo color del Presidente Alejandro Toledo sonriéndole a la historia.

Se me asignó un coche oficial, un precioso Nissan sentra de color negro, con un chofer que a veces me recogía de casa, vales de gasolina para todo el mes y tickes para el comedor de ejecutivos en el primer piso, adonde yo bajaba a la hora del break, más para estirar las piernas y departir un poco con los demás funcionarios o los altos oficiales de la PNP.

Engreimiento no faltaba, pero el ingreso no era mayor al equivalente de los US$1, 500, cuyo depósito se efectuaba cada mes directo a la cuenta que se nos había abierto en el Banco de la Nación. Al poco tiempo extrañaría los ingresos que facturaba mi Estudio Jurídico Castillo-Devoto de los Portales de la Plaza San Martin, el que, con inmensa pena, tuve que dejar, pues la función pública es a tiempo completo.

Yo trabajaba doce o catorce horas diariamente. Llegaba a las 8 de la mañana y no salía sino hasta pasadas las 8 o 9 de la noche. A veces el trabajo me absorvía tanto, que recién a las 11 de la noche estaba regresando a casa. Los sábados y domingos no eran necesariamente días destinados al descanso, y giraban en torno de labores de coordinación con la Prefectura de Lima y Defensoría del Pueblo, adonde se me participa en Mesas de Diálogo para dictar conferencias sobre derechos humanos, violencia familiar, los derechos del niño, la mujer, el Acuerdo Nacional, etc..

No faltaba el estallido de algún conflicto o alguna asonada popular por la periferia de Lima, que, por encargo directo del Jefe de Gabinete del Ministro, me obligaba a sacrificar mi domingo familiar para realizar la correspondiente supervisión in situ escoltado por un convoy de la Policía de la Región.

El quehacer de mi despacho era intenso. No daba tregua ni concesiones al descanso; se sentía que se trabaja para todo un país. Gran parte se centraba en la absolución de consultas y la formulación de opiniones de carácter jurídico vinculados a cuestiones de seguridad interna, derivados en conflictos de tierras o invasiones, o incidentes suscitados en los sorteos públicos (casinos, rifas de carácter social, donde estaban en juego la disputa de una casa, un automóvil, grandes cantidades de dinero).

También teníamos competencia para supervisar programas sobre concursos del saber que pasaban por la televisión, acaso la labor en donde yo acudía con el mayor deleite, pues decidía en temas de carácter intelecual.

Parte de nuestra función se centraba en la elaboración de proyectos de resoluciones directorales y ministeriales. Más adelante, cuando el Jefe de Gabinete tuvo a bien coordinar conmigo y confiar en mis opiniones, se me encargaría también la elaboración de proyectos de Resoluciones Supremas, especialmente sobre la designación de Prefectos, o la remoción de los mismos.

Recuerdo que el doctor Dante Vera-Miller, Jefe de Gabinete de Rospigliosi, expresaba: "si no viene con el visto bueno del doctor Castillo, no pasa para la firma del Presidente Toledo". Emocionante.

Pero la labor más agotadora, no cabe duda, era revisar las apelaciones o quejas derivados de los procedimientos de garantías, que llegaban desde los distintos departamentos del Perú !en números astronómicos!. En una sociedad tan convulsa como la peruana, las garantías personales y posesorias representan la herramienta de defensa de primera mano que dispone el común ciudadano para conjurar la agresión.

Daba lástima constatar la nula preparación que ostentaban los Prefectos, Subprefectos y peor Gobernadores. Una petición de garantía, llamada a ser resuelta en el día, demoraba meses. Y era frecuente que, sin saberlo, las autoridades políticas interferían y usurpaban la función jurisdiccional, pues en asuntos relevantes judicialmente (posesión de una herencia, restitución de un inmueble, la propiedad privada, intento de homicidio, etc.), asumían competencia dando curso a una petición de garantía posesoria.

A la improvisación de las autoridades políticas, se sumaba la desfasada normatividad que regulaba el procedimiento de garantías, un amasijo de reglas ambiguas, genéricas, contradictorias, imprecisas !como para extraviar al mas entendido! Marguerite Yourcenar decía en su "Memorias de Adriano" que peor cosa no podía pasarle a un país que estar dominado por la oclocracia: la tiranía de las mayorías incultas, el peor de los gobiernos.

Era el costo de retribuir favores a quienes habían trabajado en la campaña electoral. Muchas veces, cuando por la emergencia del caso debíamos reunirnos en pleno todos los directores, indignaba ver tanta ineptitud e incompetencia al frentre de cargos de gravitante importancia para el país.

Al dejar el sector, tuve la satisfacción de haber organizado innumerables charlas y diversos cursos de capacitación para las autoridades políticas. En en el despacho del Ministro ingresé un proyecto de resolución ministerial instituyendo una Escuela de Capacitación para Autoridades Políticas, pues consideraba que todo candidato, antes de ser nombrado, debía contar con esa mínima preparación. Ignoro si llegó a ser aprobada.

También dejé para su aprobación el proyecto de un nuevo Reglamento de Procedimientos de Garantías, más compatible con la institución de los derechos humanos y los principios constitucionales y fundado en la teoría de la flexibilización, tan necesaria en el corazón de la burocracia más rancia del aparato estatal; y en el preámbulo, una hermosa exposición de motivos, como para que lo entienda el Gobernador de más humilde entendimiento. Tampoco sé si llegó a aprobarse.

Aprendí que no existe mundo más complejo ni tan paradójico que el que existe en la función pública, pues, al tiempo que obliga tomar decisiones sin demora y con la mayor firmeza, impone actuar con mesura y harta sutileza, so pena de incurrir en responsabilidad funcional.

Ello explica que exista una práctica generalizada de actuar con demora y lentitud a la hora de tomar decisiones de cierta envergadura, pues, antes que salvar el problema nacional, la preocupación del funcionario más se centra en no afectar la norma cuidándose de futuras responsabilidades.

A consecuencia de una decisión que yo había tomado sobre un caso de garantías (un violento conflicto desatado entre dos comunidades en torno a la posesión de tierras en el cerro denominado "El Chivo"), resulté involuntariamente enfrentado con el jefe de gabinete, el Director de la Policía Nacional, el Prefecto de Lima y con el propio Ministro del Interior, el inepto y bravucón Sanabria

Recuerdo que fue en una reunión cargada de tensión en el despacho del Vice-Ministro, a donde, en plena medianoche, fuí requerido asistir con urgencia, en circunstancias en que ya me encontraba descansando en casa.

Estaba el jefe de gabinete, doctor Eduardo Rada, el Viceministro Vásquez de Velasco y su asesor, Fernando Reyna. Se me cuestionaba haber sacado una resolución de garantías contrariando la posición que tenía el Ministro Sanabria sobre el caso. La resolución anulaba una orden ya impartida por el Director General de la PNP, el General Pérez Rocha, con anuencia del Ministro y en coordinación con el Prefecto de Lima, Jorge Chávez.

El doctor Rada, sin dejar su típica apostura de gentleman inglés (había estudiado en Oxford), fue sumamente áspero conmigo: me incriminaba haberlo llevado a confusión con mis opiniones legales. Sin embargo, yo estaba posesionado del derecho y plenamente convencido de la perfecta legalidad de mi decisión, si bien no dejaba de lamentar que, con ello, desairaba al Ministro y dejaba mal parado al General Pérez Rocha.

Alegué con claridad y firmeza un principio elemental del Derecho: nadie puede estar por encima de la ley. El Ministro y su Jefe de Gabinete, y la intervención del Director de la PNP, resolviendo un conflicto de tierras que, por imperio de las normas reglamentarias, era de exclusiva competencia de mi despacho, habían actuado manu militari, usurpando mis funciones.

-!Pero el Ministro es su superior!- me increpó enfático el doctor Rada.
- Cierto, en lo administrativo, pero no en lo funcional, ahí sólo el Presidente de la República- le contesté serenamente, al tiempo que sacaba a relucir elocuentemente el Reglamento.

No era un asunto de mero trámite, el conficto era grave, muy intenso, que estaba en el candelero de la prensa, !arrojaba un trágico saldo de varios muertos por la posesión del cerro "El Chivo"!.

Desafortunadamente un tema así no tardaría en trascender hasta el Congreso de la República. Ignoraba que la amplitud y minuciosidad documentada con que yo había elaborado mi informe, había servido para que en el Cogreso se preparase la interpelación del Ministro del Interior. Recuerdo que la presidenta de la Comisión, la congresista Mercedes Cabanillas, muy gentilmente pidió mi presencia para explicarle los alcances del problema.

No habia duda: el Ministro Sanabria y el Director General de la PNP, eran quienes habían interferido en mis funciones, ordenando el retiro de las tropas de la policía que cuidaban el cerro "El Chivo", y que eran precisamente las garantías personales que yo había ordenado mediante la susodicha reolución poer ellos anulada.

Por ello, para evitar un desenlace fatal, al enterarme de la decisión tomada por el Ministro, no dudé en cambiar de inmediato dicha órden írrita disponiendo llevar adelante la ejecución de las garantías a través del Prefecto de Lima, el inefable Jorge Chávez.

Esos días en el Ministerio no se hablaba de otra cosa que de mi audacia de enfrentarme al propio Ministro, y hasta se murmuraba mi inminente salida del sector. El Ministro Sanabria nunca llegó a tomar tamaña decisión, ni ninguna otra medida en mi contra.

Más tarde, volando en Lan a un evento en Tacna, el asesor del Viceministro Vásquez de Velasco, con quien viajaba, me contaría que fue aquél quien me defendió ante el Ministro, alegando que, por encima de susceptibilidades, al revertir su orden, yo había obrado con entereza y conciencia de la gravedad de un conflicto tan crispado de violencia, y que, por espacio de tres años, mis antecesores en el cargo, por temor, ineptitud e irresponsabilidad, habían ido posponiendo su resolución. La típica criollada de la gestión pública: patear para adelante la pelota más difícil para que quien viniese después cargase con el muerto. Y casi lo cargué.

Entre los jefes del gabinete de asesores del Ministro, recuerdo con mucho aprecio a una figura profesional de ribetes increíbles, el inquieto y dinámico sociólogo, Dante Vera-Miller (con estudios en la Universidad de Michigan,. EE. UU.), con quien aprendí todo lo mejor, lo sano y lo bueno que se puede aprender en el manejo eficiente de la alta gestión pública.

Conocedor de la positiva gestión que yo venía realizando al frente de Gobierno Interior, al llegar al sector en reemplazo del doctor Eduardo Rada, me ratificó en el cargo, asignándome una de las tareas más trascedentales que se hayan podido realizar para mejorar el nivel de la gestión de las autoridades políticas: viajar por todo el Perú y, a través de intensas y maratónicas conferencias, convocar a los prefectos, subprefectos, gobernadores y tenientes gobernadores de cada región, capacitándolos en la información del Acuerdo Nacional y el manejo adecuado de sus funciones, !un trabajo titánico!.

Dos veces a la semana me veía tomando vuelos de Lan rumbo a todo el Perú. Unas veces para atravesar los picos de los Andes y llegar hasta las alturas de Puno, Cerro de Pasco, el Cuzco; otras, volando por sobre las serpentinas de ríos y la tupida selva oriental hasta llegar a San Martín, Amazonas, Iquitos, etc., o surcando los cielos de la costa, de sur a norte, para aterrizar en Tacna, Piura, Tumbes, Trujillo, siendo recibido por el Prefecto en cada uno de los 24 departamentos del pais.

A veces, en zonas donde no llegaba el avión, en el deber de cumplir nuestros objetivos nacionales, debíamos salvar empinadas alturas y sortear peligrosísimos abismos mediante aparatosos omnibuses que nos llevaban a: Cabana, Huallanca, Pallasca, etc.

!Qué hermoso! Nunca, a través de mi gestión de asesor legal, me llené tanto de mi querido Perú. Cuánta belleza y hermosura de la naturaleza y las distintas regiones pude conocer. Mirando estos paisajes tan llenos de encanto, sentía vibrar en mi alma, emocionado, la bella canción del inolvidable zambo Cavero: "Cosechando mis mares, sembrando mis tierras, quiero más a mi Patria. Y se llama Perú, con P de Patria, la E del ejemplo, la R del rifle, la U de la unión !Yo me llamo PERU!" .

Ese fue el mundo intenso que por espacio de más de tres años envolvió mi vida entre el 2001 al 2004. Y hoy en lontananza, viviendo lejos de la Patria querida, veo que nada pudo ser más hermoso y gratificante que el haber entregado mis mejores horas y mayor potencial profesional al servicio de mi pais, !mi tierra querida!, por la cual, y al igual que la canción, yo también daría mi vida y a la cual, cuando muera, me uniré para siempre.

Nueva Jersey, primavera del 2011.

Luis Alberto Castillo. .