"No tenemos tiempo de nosotros mismos;sólo hay tiempo para ser felices"
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El 4 de enero pasado acaban de cumplirse cincuenta años de la trágica muerte de Albert Camus, el gran escritor francés de la verdad y la libertad humana, y el que más fuerte influencia ejerció en la Europa de la mitad del Siglo XX. Entre sus más importantes obras - El mito de Sisifo, La Peste, El hombre rebelde-, es El Extranjero el que mejor representa su notable produccion literaria, y, sin lugar a dudas, el referente obligado de la gran novelística del siglo XX.
Entendida como una denuncia literaria al pesimismo existencial que impregnó la vida angustiosa del pueblo europeo en los difíciles años de la segunda guerra mundial, El Extranjero tuvo el mérito de encender uno de los debates más ardientes de la época a partir de los grandes temas de la sociedad moderna: la Justicia, la Verdad y la Libertad.
Meursault, el personaje central de la novela, es un sujeto dominado por un profundo estado de frustración y un latente desencanto por la vida, que lo lleva a asumir la actitud más indiferente ante todo lo que le rodea. Todo le aburre. Nada llama su atención. A nada le presta especial importancia. Las cosas, las personas, como los amigos. Todo le resulta intrascendente y le viene igual. Los días lunes como los sábados o domingos. La caricia y la pasión de una mujer no logran mover una fibra de ternura de su ser. Ni los eventos más tristes conmueven su alma gélida, vacía. La noticia de la muerte de su madre la recibe cual una nota de rutina. Y en los funerales es incapaz de expresar la mínima congoja. El aburrimiento y la monotonía se han instalado plenamente en él, convirtiéndolo en un sujeto insensible y desesperadamente apático.
Pero este insípido y frío estado espiritual suyo, ha ido forjando en Meursault una personalidad potencialmente peligrosa, que lo lleva a los extremos de perpetrar un crímen con la mayor frialdad y despojado de toda piedad, mostrándose ante el tribunal que lo juzga sin la menor actitud de arrepentimiento. A partir de este hecho se levanta un proceso sin precedentes que traspasa el mundo ficticio de la novela, promoviendo en la inteligencia europea el mayor debate de la época : ¿se puede juzgar a un sujeto e inflingirle la pena más grave porque no expresó arrepentimiento por el crimen perpetrado?; ¿ el no haber llorado en los funerales de su madre es causa para agravar su responsabilidad penal?; ¿el acusado debe fingir arrepentimiento y congoja para que la justicia expíe con benevolencia sus culpas?; ¿la confesión sincera del acusado no es más bien causa para atenuar la pena? La sombra de El proceso de Kafka se ve flotar en el libro.
A falta de un buen abogado en el juicio, Meursault ha tenido en la crítica del Siglo XX el mejor alegato de defensa: el acusado, lejos de mostrar cinismo y frialdad por el crimen cometido, actuó con la mayor entereza al no esconderse tras las estrategias y trapizondas consabidas al frente de los tribunales. Es un sujeto auténtico, libre de reglas convencionales, incapaz de engañar a nadie, ni a quienes juzgan su crímen. Y si el fin de todo proceso es realizar la justicia, y a la justicia no se llega sino a través de la verdad, el acusado fue el mejor colaborador que tuvo la justicia expresando desde el inicio, no su verdad, sino la verdad de los hechos, aun sabiendo que ello lo inmolaría en el holocausto de la pena capital. Entonces, ¿merecía la guillotina o la infinita piedad de una pena atenuada?
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Barnes & Noble, Nueva York, invierno del 2009
Luis Alberto Castillo